Reporterismo literario con David Jiménez

La vida de David Jiménez dio un giro el día en que entró en el despacho de Pedro J. Ramírez a pedir que le enviaran al único lugar donde El Mundo aún no tenía corresponsal: Extremo Oriente. Entonces, no podía siquiera imaginar que dos décadas después él estaría sentado en ese mismo despacho como director.

Durante los dieciocho años que pasó en Asia sus ojos vieron mucho sufrimiento. El continente asiático es intenso, está lleno de humanidad, pero la tragedia no suele darle tregua. Guerras, revoluciones, tsunamis, terremotos… no hay rincón que no haya sufrido la tiranía del hombre o de la tierra. Lo  que el periodista vivió lo encontramos en Hijos del monzón y El lugar más feliz del mundo, donde da voz a esas personas de “países que no importan”.

Nos lo cuenta en nuestro encuentro con él en la galería Mirat & Co. Y, curiosamente, el punto de partida de su charla es el regreso. “Un viaje no está completo hasta que no has regresado”, sentencia. No es la vuelta a los lugares, sino a los personajes que dejaste allí. “En el periodismo, llegamos, tomamos prestada una historia y nos vamos a otro lugar”, explica. “Cuando cubres un tsunami y ves la destrucción absoluta del lugar, irte con esa escena, se queda muy dentro de ti. Volver dos años después y ver cómo pueblos en los que no había quedado una casa en pie se han reconstruido, ver que viudos y viudas de pueblos diferentes se han vuelto a casar para juntar a sus familias… Para alguien que se dedica al reporterismo de conflicto es importante. Es importante el regreso”.Preguntado por cuáles han sido las noticias más difíciles de cubrir, duda poco. “Los tsunamis son muy duros”. Cuando ocurrió el del Índico (donde murieron 238 mil personas), David estaba en Tailandia y llegó a la zona afectada sólo horas después. De lejos, llegando a la playa, creía ver a gente tomando el sol; conforme se acercaba, comprobó que eran cadáveres, adolescentes muertos e inflados por el agua. “Fueron semanas de ver muerte constantemente”, recuerda. “Cuando vives una situación así, empiezas a pellizcarte por miedo a volverte insensible. Después de quince días, el olor de un cadáver deja de parecerte asqueroso y te preguntas si estás perdiendo la sensibilidad”. Pero ese temor desaparece cuando te cruzas con un niño de cinco años con un cartel colgado que busca a sus padres o cuando un joven te cuenta cómo vio a su familia arrastrada por el mar… Aun así, si tiene que comparar un desastre natural o una guerra, para Jiménez “la guerra, en cierto modo, es peor, es algo provocado por nosotros, por gente como tú y yo”. Y ver esa brutalidad de la que somos capaces produce una impotencia mayor.

Ser testigo privilegiado de los acontecimientos del continente asiático le ha permitido adentrarse en su cultura, aunque no deja de sorprenderse. Cuando cubrió el accidente nuclear de Fukushima (fue el único periodista extranjero que permaneció allí), uno de los sitios que más le fascinó fue la oficina de objetos perdidos, en medio de esa crisis. Estaba llena de fotografías. “La gente recorría kilómetros para llevarlas allí. Pensaban que alguien podría haber perdido una foto importante y la podía querer. Un ejército de voluntarios les quitaba el barro y las dejaba impecables”. En Japón descubrió una sociedad con un alto sentido del honor y la dignidad. Igual que a la hora de expresar el dolor, su luto silencioso. “El japonés ve en demostrar su dolor una falta de respeto hacia aquellos que han podido perder más”, nos explica. “Es algo difícil de entender para nosotros”.

David se ha metido hasta la cocina en todos los conflictos de su época (Timor Oriental, Cachemira, Afganistan, Sri Lanka… ) y reconoce que  solo empezó a pasar miedo cuando se convirtió en padre; antes era más inconsciente. Puntualiza que el reportero que diga que no ha temido por su vida, miente. “En estos veinte años he visto caer a compañeros y es muy difícil”, asegura. “Yo tenía un jefe que me decía, ¡cuídate!, porque el periodista muerto no puede enviar la próxima crónica…”. Señala que en el reporterismo de guerra no hay recompensa, no se ganan fortunas. “Pones en juego tu vida para dar voz al que no la tiene, porque crees que poniendo un poco de luz en esa oscuridad puedes contribuir a combatirla”. Y la mayoría se mueve por romanticismo y por la vocación de que el periodismo sirva de algo. En la actualidad, además, la profesión se ha vuelto mucho más arriesgada, porque antes te consideraban neutral ambos bandos. Ahora parece que prefieren matar al periodista antes que al enemigo.

Alguien del público pregunta si intentan usar a los periodistas en las guerras. “Y en todos lados”, contesta. En las guerras sobre todo porque eres el único testigo de lo que está pasando y su objetivo es silenciarte. “Se suele decir que la primera baja de una guerra es la verdad.  Si te vas a fiar de un militar o de uno de los bandos o de los políticos que a miles de kilómetros de distancia dicen lo que hay que hacer… Yo siempre digo que ningún político debería enviar a un soldado al frente sin haber estado. Sin haber comprendido de qué iba la guerra”. Explica que el intento de manipular la información es constante y el periodista lo tiene hoy más difícil: cuanto más riesgo hay, más difícil desplazarse, más difícil contrastar lo que ocurre y transmitir una cosa cercana a la realidad. Ése es un problema del reporterismo hoy en día”.

Sale el tema de la imparcialidad. Para él, más bien la pregunta es ¿existe el periodismo objetivo? “Yo siempre digo que no, lo que existe es el periodismo honesto. Porque en el momento en que eliges una declaración frente a otra, o un pueblo y no otro, ya estás siendo subjetivo. Lo importante es buscar la verdad”. Continúa citando a Kapucinski: “Luego una cosa es la imparcialidad y otra la indiferencia; él decía que para ser periodista hay que ser buena persona. Si no sientes al pobre, difícilmente vas a transmitir la pobreza. O la violencia que sufren unos civiles en un conflicto. Te saldrá forzado y el lector no es tonto. Te tiene que importar la gente de la que escribes. Y eso se puede hacer siendo imparcial. Lo que ya sobrepasa los límites es cuando te implicas tanto como para perder la distancia y no ver la realidad. Eso es un riesgo también”.

El publico ríe cuando cuenta cómo consiguió entrar en Corea del Norte haciéndose pasar por un vendedor de lencería femenina. “Me sabe mal hacer bromas, porque detrás de las bromas y de lo payaso que es el dictador y lo fue su padre y su abuelo, el país es una cárcel. Hay dictaduras, pero este es una cárcel.” Su libro “El lugar más feliz del mundo” hace alusión a la forma en que la propaganda norcoreana se refiere al país de Kim Yong-un.

En 2014 fue escogido entre los mejores periodistas del mundo para cursar una beca de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Tras dedicar un año al más alto nivel a investigar el futuro del periodismo en la era digital, le ofrecieron volver a El Mundo como director. Otra vez ese retorno omnipresente en su vida y en su obra.

Ahora, tras haber dejado atrás la etapa en el periódico donde inició su andadura profesional, se encuentra con energía y fuerzas para iniciar nuevos retos. Volver a escribir. Volver a contar historias.  Esperamos atentos su regreso.

 

Agradecimientos especiales a: Simple Gin; Auara, Patatas Bonilla a la vista, y a la galería Mirat and Co.

pd. No os perdáis la expo American Cool en Mirat and Co hasta el 19 de abril…

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