Miguel del Arco: La revolución del teatro

Mientras Miguel del Arco conversa con nosotros, en su escenario -el del Pavón Teatro Kamikaze-, se está representando Arte, de Yasmina Reza. Al día siguiente, la propia autora se sentará entre el público a ver su función, algo que Miguel cuenta (y bromea) tragando saliva y reajustándose el cuello de la camisa… 

Aunque en realidad, para este dramaturgo y director, Premio Nacional de Teatro 2017, no hay tanta diferencia a la hora de realizar un montaje de un autor vivo o de Shakespeare o Molière… “Hay defensores a ultranza de la memoria de estos. Recuerdo que cuando hicimos Veraneantes, había un señor en el patio de butacas que no paraba de moverse, inquieto. De pronto se levantó y gritó ¡¡esto no es Gorki!! Y se fue.

En cualquier caso, Miguel del Arco tiene claro que “la vigencia y modernidad de los clásicos no es tanto poner a Hamlet en vaqueros, sino que el público del siglo XXI se sienta directamente interpelado por las palabras de Shakespeare. Para ello hay que hacer una limpia, eliminar referencias de la época. Si la gente no tiene esas referencias de entonces no las entiende, y eso sí es una traición al autor. Nosotros somos intérpretes. Ponemos el texto al servicio de la intención del autor”, explica, sentado en uno de los sofás del espectacular espacio de arte We Collect Club.

A la hora de trabajar con los actores, Miguel sostiene que “los ensayos tienen que ser espacios de seguridad para que las representaciones sean peligrosas”. Le gusta que el actor “se atreva a jugar; que esté leído, concernido, políticamente posicionado…”. De nuevo cita la función Veraneantes recordando que un actor le dijo que no podía interpretar a su personaje porque lo odiaba. “Le dije que escarbáramos en sus razones”. No se trata de entender a un empresario corrupto, ni mucho menos a un asesino o a un pederasta, sino entender “desde dónde actúa”. “No me gusta nada que los personajes salgan juzgados al escenario. Hay que hacer un esfuerzo para plantear las historias y que el público llegue a sus propias conclusiones”. Para Del Arco, el teatro no debe aleccionar, ser tendencioso ni ofrecerlo todo “mascadito”. Hay que ahondar en la condición del ser humano y “no solo juzgar todo, como hacemos siempre, por los titulares”.

¿Si le ha cambiado mucho la visión al convertirse en empresario? (El Kamikaze lleva abierto algo más de un año y dice que a veces cree que hace teatro sólo para pagar el alquiler…). “Me meto en los mismos jardines, solo que ahora entro en la web varias veces al día para contar butacas vendidas”, se ríe. “En este país cuesta mucho vender cultura. Las administraciones van tres vidas por detrás. Garrigues Walker me decía que en la Cultura nunca hemos sabido pedir. Pero ¿cómo voy a pedir sino hay ninguna tradición de mecenazgo?”, se pregunta. “Salvo en el caso de la ópera, que les debe parecer supercool a las empresas que su logo aparezca ahí…”. En teatro, asegura, no hay manera. Y suspira por el modelo anglosajón, que tiene una base económica, pero ha devenido también en una afición; espectadores concernidos e implicados que quieren ser parte de la función.

“Al espectador hay que currárselo cuerpo a cuerpo”. Su lema, el teatro más allá de la función, tiene que ver con esto. “Metemos gente dentro de los ensayos, en los talleres para actores… tienen interés en ver el recorrido artístico de una función”. Y eso fideliza al público. Le preocupa también el público potencial. “Las nuevas generaciones piensan que el teatro es caro, cuando en realidad puedes ir por tres pavos. Hay que eliminar esta creencia, y también el sambenito terrorífico de que es aburrido”. Su solución: “Dar armas para que los chavales asistan al teatro de una forma especial. Lo que hace la Joven Compañía en este sentido es brutal”. Pero hay que trabajarlo. Recuerda que fue al Kamikaze un colegio a ver El Misántropo. “Los niños no tenían información de nada, la profesora no había hecho sus deberes. Tienen que darles herramientas para que les llegue artísticamente y emocionalmente. Hay que mimar eso. Si no lo haces, has expulsado totalmente al público potencial”.

No le inquieta, en cualquier caso, el futuro del teatro como género. “En 20 años, estará en un sitio muy parecido. Si cambia no será teatro, y no va a desparecer porque acompaña al hombre desde que es consciente de ser hombre. Nos sale innato. Los griegos inventaron la democracia e inventaron el teatro para explicar la democracia, que no era una cosa innata. Hacemos teatro porque somos palabra, porque nos narramos y necesitamos contarnos a nosotros mismos. Esa representación es absolutamente necesaria”, concluye.

La conversación con Miguel del Arco se nos ha pasado volando. Antes de conocerle en persona, su jefe de prensa nos lo había descrito hablando “como una metralleta”. Y esta noche hemos comprobado que no exageraba. Pero Miguel tiene tiempo, aún no hemos terminado del todo… “Ahora un pisco, ¿no?”, dice acercándose a la barra y charlando con los asistentes al plan.

Agradecimientos: El toque gourmet lo puso la barra de piscos Cuatro G’S y Pancho Fierro (Quilicuá Catering). Y sorteamos una cesta de productos de Amaiketako entre los asistentes.  

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