Aperitivo con dos artistas: Luis Gaspar e Iñigo Navarro

12.30 h. de un soleado sábado de marzo. Estamos en una calle discreta del barrio de Ventas, en Madrid, y al pasar por aquí nadie diría lo que se esconde tras la puerta de madera, casi camuflada, que hay bajo el número ocho. Al otro lado, nos recibe un vanguardista estudio de arquitectura de grandes ventanales y espacio tipo loft, Buildworks, diseñado por el arquitecto Dani Fabrega, donde tiene su taller el pintor Íñigo Navarro Dávila. Con él y con el fotógrafo Luis Gaspar hemos quedado para hablar de arte y para conocer, a través de su obra, las distintas miradas del artista. Eso, y para tomar el aperitivo, que es la hora. Íñigo plasma la realidad social con ingenio e ironía en sus óleos de títulos definitivos. Luis capta retratos psicológicos de sus personajes, de todo el quien es quien de la cultura.  Ya a los pocos minutos de estar con ellos, queda clara una cosa: si alguien pensaba que los genios están en peligro de extinción o que son seres elevados con excéntricos bigotes a lo Dalí, está muy equivocado. Bueno, bigote sí tienen (y barba), pero estos dos artistas madrileños nacidos en los años 70, son dos inmensos talentos que van a dar mucho que hablar.

Empezamos a conversar, vino, cerveza o vermut en mano -que los placeres no se riñen y cada uno tiene sus hábitos-, y Navarro Dávila señala que una de las cosas buenas del arte es que es “el lugar donde cabe lo humano”. Dice que nos dirigimos a la desnaturalización, cada vez somos más artificiales, con más gadgets y una vida más estandarizada, pero “el arte es el reducto que nos queda, donde cabe el bien, el mal, la alegría o la tristeza”. Vamos, lo que nos humaniza. Preguntados por el origen del impulso creativo, Gaspar apela a la necesidad de “expresar todo lo que te come por dentro. El artista adolece de muchas cosas. Si Íñigo y yo fuéramos altos, guapos y ricos, seguramente no necesitaríamos soltar todo esto, ni reconfortar nuestra vanidad”. Navarro añade lo suyo: “Los artistas solemos ser estúpidos emocionalmente… Una vida amorosa desastrosa, neuras varias, pensar que te vas a morir en cualquier momento. Somos los tontos que metemos el dedo en el agujero donde nadie se atreve. Y ya luego vienen los demás detrás. Eso que te hubiera gustado hacer y que en teoría no puedes es lo que hay tras el artista. Como piensas que te vas a morir y te cuesta aceptarlo, eso te impulsa a jugar con la vida”.

La mañana se va animando. Nos movemos por todo el estudio, parándonos en una obra aquí, otra allí -un pincho de tortilla aquí, y otro allí, sí, eso también-. Y sigue la charla. ¿Hasta qué punto manda o te coacciona el mercado?, pregunta alguien. ¿Dónde está el límite entre lo que quieres hacer y el hecho de vender? Íñigo responde: “Si quieres estar bien en el mercado, es decir con casa en Madrid y en Miami, jajaja, tienes que olvidarte de él, aunque suene paradójico. Es como cuando tienes novia y van todas por ti o estás soltero y nadie te mira. Tienes que luchar contra la idea de estar en el mercado, olvidarte”. Hablando de esa dictadura comercial, de qué es arte o no lo es, Luis insiste en que no hay que obsesionarse. “Está el arte que se agota en sí mismo y el que no. Como cuando consumas el matrimonio y no va a más o el que te sorprende cada vez y le ves cosas distintas. Velázquez no se acaba en Las hilanderas. Lo que te gusta está bien. Y cuanto más transitas por ese camino, mejor, vas yendo más allá, viendo, aprendiendo. Es como el sentido del gusto, a un niño no le sabe bien el wasabi, necesita su tiempo para apreciarlo”.

En su proceso creativo, Navarro Dávila se describe como “una pantera agazapada esperando que ocurra el accidente que me rompa mis esquemas”. Pero tiene su planificación, ojo. Cada obra requiere un análisis posterior “para entender qué he controlado yo y hasta dónde he llegado”. “Nosotros generamos condiciones de posibilidad para que algo suceda -dice Gaspar-. Es como el descubrimiento de la penicilina. De niño pensaba que era por un descuido de Fleming, que había dejado algo sucio y se había llenado de moho. Que era cosa de suerte. Pero no lo es, tenemos que generar esa posibilidad. La técnica es clave. Y no existe arte sin control”.

Iñigo reivindica la oportunidad de pelear contra el mercado. “Tenemos que hacer obra de calidad, de la difícil de realizar, seguramente mal pagada, y que nos llevará por la calle de la amargura. Pero es la que al final nos convertirá en eternos. Que al fin es lo que termina de consumar esa pena que tienes cuando crees, continuamente, que te vas a morir”. Hasta entonces, nos vamos poniendo otro vermut con hielo y naranja, que, como el arte, hace la vida más llevadera.

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